En alguna ocasión me creí inteligente... pero me encontré a mí mismo.
Decepcionante, por cierto, pero constructivo.
Ayuda a la incipiente comprensión, esa sacudida casi brutal que invade y siembra pena por uno mismo, y que deja cierta paz al retirarse.
Como todos los espasmos, busca desatar algo, y huye si lo consigue.
Como el peor momento de una fiebre, resulta inmanejable hasta que, ya languideciente, nos devuelve el control.
Y lo que queda es una verdadera novedad.
Sea fiebre, o auto-conocimiento, no importa tanto a cuánta profundidad caímos, sino cuánto somos capaces de levantarnos.
Un golpe contra la propia estupidez, como la agonía del descontrol sobre el propio cuerpo que hierve, pero es sacude temblando por el frío que nace desde dentro, es una puerta cerrada que parece que ha de atravesarse así como se encontró.
Y, hasta donde me ha tocado, las puertas y mi estupidez son soberanamente rígidas.
Si la ocasión favorece al alumno, tocan golpes menores, sacudidas leves.
Si la ocasión es de las que arrastran profundidad, de las que buscan que uno haga gala de comprensión, de esas que parecen obras de teatro para hacer lucir al personaje en toda su hidalguía... la hoja de la puerta se hace pared, el temblor parece merecer acompañarse con agonía, el trance hace a cada instante eterno... y un eventual asomo de comprensión aparece como el amanecer tras una noche de seis meses.
Es buena entonces la noción de haber entendido algo, de saber más de la propia ignorancia, de ser algo más honesto con la propia medida.
Es bueno aprender a hacer distancia con la mano al mirar el pulgar, y así mantener algo de la perspectiva que aadmite que no soy el centro ni la medida de las cosas.
Y no es porque sea frecuentemente consciente de esto.
Es más bien por la infrecuencia con que caigo (otra vez) en la cuenta, que este "ponerme en mi lugar" me sienta realmente bien.
lunes, 13 de abril de 2009
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